Mucho antes de que fuera promulgado el decreto que estimulaba las radicaciones industriales automotrices, la ciudad de Rosario acreditaba importantes antecedentes vinculados al sector. A mediados de la década de 1950 ya se había convertido en el principal polo carrocero del país con una producción fundamentalmente orientada al transporte público de pasajeros para largas distancias. Por entonces, el impacto positivo de la llegada de IKA y la consolidación de DINFIA (ex IAME) en la fabricación del popular Rastrojero entusiasmaron a un puñado de pequeñas y medianas empresas que se lanzaron a la fabricación de vehículos con más entusiasmo que medios.
A su alcance estaba la producción en bajas serie de mini-vehículos que requiriesen una baja inversión en dispositivos y herramental. Estas iniciativas dieron origen a un sinnúmero de curiosas propuestas. Algunas de ellas lograron superar exitosamente la instancia de prototipo y concretar una breve, pero efectiva, producción industrial.
La Fábrica Automotriz Rosarina (F.A.R.) integraba este grupo de entusiastas que bregaban por un lugar en el promisorio mercado automotriz nacional. La empresa contaba con sede administrativa en la calle ingeniero Ramón Araya 26 de la mencionada ciudad.
La propuesta de F.A.R. resultaba sumamente curiosa e ingeniosa a la vez. Proponían a los usuarios de motonetas la reconversión de sus populares vehículos en un pequeño automóvil de pasajeros de cuatro ruedas.
En 1958 se publicaron en algunos medios locales avisos de la empresa donde lo explicitaban de manera clara y directa: “Usted nos trae su motoneta, nosotros le devolvemos el maravilloso micro-cupé Jerry”.
Jerry. Mitad auto, mitad moto
El nombre completo del nuevo producto era Motoconv-Jerry, donde la primera palabra refería claramente al proceso de transformación al que se sometía la motoneta.
Ese año, a modo de difusión, un ejemplar de esta híbrida solución se expuso en la Galería Rosario. El matutino “La Tribuna” levantaba la noticia que entusiasmaba al cronista con el sueño de convertir a la industriosa ciudad santafesina en la “Detroit” argentina.
En la práctica, el Jerry resultaba un vehículo intermedio entre una motoneta y un auto, combinaba elementos de uno con otro para ofrecer una solución de movilidad accesible en el ámbito citadino.
La publicidad insistía sobre las bondades del mini-auto: “Este es el vehículo que usted esperaba, de líneas modernas y atractivas, cómodo, ágil, digno de su personalidad, orgullo para su familia”. Un poco exagerado, tal vez.
Al principio, no tuvo buena repercusión porque carecía de elementos fundamentales. Contaba con un precario e ineficiente sistema de frenos y su baja cilindrada combinada con una incorrecta relación de transmisión lo hacía lento y poco ágil.
Su fabricante decidió dejar de lado la conversión de moto a automóvil y fabricarlo íntegramente como tal, pero con algunas mejoras en relación a la primera versión como un diferencial reducido, frenos hidráulicos y un sistema de transmisión mejorado.
El mini-coche adoptó un motor Siambretta monocilindrico de dos tiempos, con una cilindrada de 150 cc y una potencia de 7,5 hp. Su transmisión era de tres velocidades, accionadas con monocable a través de un comando localizado en el volante.
El arranque era manual y el sistema eléctrico estaba integrado por una batería de seis voltios y un conversor de corriente continua a alterna para poder recuperar la carga.
La suspensión era independiente en las cuatro ruedas con muelles helicoidales y amortiguadores hidráulicos. El auto montaba sobre rodados de 8 x 400.
Mini-auto para dos
La carrocería del Jerry estaba fabricada íntegramente en chapa. Era totalmente abierta, aunque se ofrecía una capota plástica. En su interior disponía de un único asiento enterizo con capacidad (según la publicidad de la época) para dos adultos y un niño, quienes accedían a través de dos diminutas puertas. Para no penalizar espacio, ofrecía un pequeño portaequipajes trasero y ubicaba la rueda de auxilio detrás de la cola.
Su diseño replicaba a los autos grandes de origen norteamericano, con una línea lateral dinámica y ascendente que remataba en las típicas aletas posteriores. A pesar de tratarse de un vehículo económico, disponía de algunos elementos ornamentales como los aros cromados que acompañaban a las ópticas delanteras y una bagueta lateral protectora en los guardabarros delanteros. Poseía luces de posición delanteras y traseras con función “stop”. Por su parte, los paragolpes eran de tipo envolvente de dos piezas, tanto atrás como adelante.
Las dimensiones resultaron extremadamente acotadas, con un largo total de 2720 mm; trocha de 920 mm; ancho de 1250 mm; alto de 1050 y un despeje de 170 mm.
El autito rosarino desarrollaba una velocidad máxima de 60 km/h, siendo su marcha de crucero de 50 km/h. Su consumo se estimaba en 2,5 litros por cada 100 kilómetros recorridos.
El Jerry se fabricó entre 1957 y 1960. Fueron muy pocas unidades. Se desconoce la cantidad de Jerry fabricados, pero sí se sabe que su primer propietario fue el Dr. Antonio Di Genaro de la ciudad de Cosquín, Córdoba.
Fuente: Club Argentino Scooters y Microcoupés (CASYM) y Esteban de León.