El TMC 276 tiene origen a fines de la década del 50, cuando la sociedad Juan Montero e Hijo (viendo el furor que tenían las motonetas nacionales e importadas como medio de bajo costo) vislumbró un nicho poco o casi nada cubierto: el de transformar un vehículo de dos ruedas en uno de tres. Esta transformación incluía una suerte de carrozado para tres personas, aprovechaba muchos de los elementos mecánicos de la moto e incorporaba un eje delantero con dos ruedas.
Cabe destacar que los vehículos de tres ruedas son mucho más estables que las motos. No hay que preocuparse por aprender a mantener el equilibrio o poner el pie cuando paramos. El diseño en triángulo del TMC 276 implicaba que se podía mantener por sí mismo brindando, al mismo tiempo, la comodidad de un automóvil. En muchos países los vehículos de tres ruedas son tratados como motocicletas a los fines de otorgar las licencias de conducir.
El TMC 276 era una solución a medio camino entre una moto y un micro-auto como los Heinkel, Messerschmidt, o Isetta, entre otras opciones, y algo más asequible.
A mitad de camino entre la moto y el miniauto
Esta creación de Juan Montero e Hijo resolvía las debilidades del transporte de dos ruedas y, según afirmaban las publicidades de la época publicadas en el diario La Capital de Rosario a mediados de 1959, ofrecía ventajas como la de “no tener problemas para llevar a su familia”, “no sufrir lluvia, viento, frío”, “no ser equilibrista” y “no arriesgar su vida”.
Por entonces, con 38.000 pesos, y facilidades de pago, se podía obtener alguno de estos particulares “motomóviles” (como describía la publicidad).
La empresa Lambert SRL, ubicada en aquel entonces en la avenida Corrientes n°276 en pleno centro rosarino, era el representante y, al menos, único comercio que vendía esta particular “autoneta”.
En épocas donde la movilidad urbana es casi una preocupación generalizada y cada cierto período de tiempo aparece algún “concept” (o prototipo) de micro-auto, vale la mención de este ejemplar totalmente desconocido de la industria rosarina, santafesina y argentina, que, de haber tenido mayor difusión, cadencia de fabricación, los medios adecuados, el capital necesario y una pequeña dosis de fortuna, podría haber sido el Reliant Robin argentino (salvando la diferencia de la distribución de las ruedas).
Informe de Esteban de León, editor de Camión Argentino.