En septiembre de 1910, el ingeniero Horacio Anasagasti daba su primer paso para la concreción de un ambicioso e inédito plan: la producción del primer auto argentino en serie. Concluida su experiencia como importador de los automóviles italianos, Isotta Fraschini, y los franceses, Gobron-Brillié y Grégoire, el joven ingeniero asumía la responsabilidad de dirigir una compañía propia denominada Horacio Anasagasti y Cía. Ingenieros Mecánicos.
La fábrica se instaló sobre la entonces avenida Alvear al 1600 (hoy Avenida del Libertador), donde en un comienzo se atendían motores de automóviles, aviación y agrícolas. El plan contemplaba producir a partir de componentes importados, especialmente de Italia y de Francia, y paulatinamente reemplazarlos por insumos nacionales.
Desde un comienzo, Anasagasti dotó a su establecimiento de un importante plantel de maquinarias impulsadas por un gran motor eléctrico de corriente continúa que movía una transmisión aérea, la cual, a través de correas de cuero, movilizaba las máquinas correspondientes.
Para el carrozado de los vehículos el taller incluía una sección destinada a los trabajos de carpintería, chapa y pintura.
El personal de la fábrica totalizaba veinte personas. La mayoría eran inmigrantes europeos con algún tipo de especialización, entre ellos, españoles, franceses e italianos. El trato de Anasagasti con sus empleados era ejemplar; cada uno recibía las instrucciones en sus respectivos idiomas ya que dominaba a la perfección el inglés, el francés y el italiano.
Antecedentes técnicos
En la Exposición Internacional de Ferrocarriles y Transportes Terrestres, realizada en Buenos Aires en 1910 en el marco de los festejos por el Centenario, la empresa Anasagasti y Cía. exhibió algunos de los componentes para automóviles producidos en su taller, entre ellos, una caja de velocidades de cuatro marchas y retroceso y un motor de cuatro cilindros en línea de diseño y construcción propios a partir de acero importado.
Estos elementos estaban cuidadosamente presentados y protegidos mediante paneles de vidrio abulonados en sus bordes para que los visitantes pudiesen apreciar su funcionamiento interno. El jurado de la exposición le otorgó el diploma de Gran Premio, el máximo galardón reservado a la industria nacional en la sección automovilismo.
En septiembre de 1910 Anasagasti viajó a Europa a bordo del Principessa Mafalda para contactar posibles proveedores del auto que pensaba construir en Argentina. Finalmente, en julio de 1911, logró terminar su primer prototipo con motor francés, carrocería nacional y otros componentes traídos de ese viaje.
La presentación oficial se realizó el 17 de septiembre del mismo año en la carrera Rosario-Córdoba-Rosario donde participó con el seudónimo de “Samurai”.
Al regresar de Europa, Anasagasti puso a punto su fábrica para la fabricación y presentación comercial al público de sus autos. El taller ya producía bloques, cárteres, bielas, cigüeñales, cajas de velocidad y sus engranajes, puntas de eje, elásticos, palieres, ejes cardán y sus crucetas, mecanismos de dirección y carrocerías.
En enero de 1912 los vehículos argentinos fueron presentados comercialmente. El precio base para los modelos con motor de 12 hp eran de 6.000 pesos y podían ser financiados íntegramente a través de un original, para la época, plan de cuotas de 200 pesos.
Los autos Anasagasti se ofrecían con un motor francés Ballot de 12 hp, de cuatro cilindros lineales refrigerados por agua mediante termosifón. La cilindrada total alcanzaba los 2125 cc. Las válvulas eran laterales ubicadas a un mismo costado del bloque. Opcionalmente, podía equiparse con una versión sport de 15 hp.
Por su parte, las carrocerías estaban disponibles en las versiones doble phaeton y landaulet. En ambos casos, solo disponían de una puerta lateral delantera. Posteriormente, se podían solicitar con simple o doble vidrio.
Los éxitos deportivos en Europa
Anasagasti se propuso demostrar que sus automóviles eran tan confiables como los importados. Para ello viajó a Europa donde participó de varias competencias para vehículos de turismo.
Entre 1912 y 1913 los coches argentinos participaron en el viejo continente de distintas carreras. En julio de 1912, uno de los autos se impuso en la prueba París-Madrid de 1515 kilómetros de recorrido. Al finalizar la competencia, Anasagasti le obsequió un ejemplar al rey Alfonso XIII de España.
En septiembre del mismo año, un Anasagasti clasificó entre los vencedores en el Rally de San Sebastián al mando del ingeniero inglés Brown.
Al año siguiente, los productos nacionales formaron parte de la carrera más exigente: el Tour de France. La competencia se desarrolló a lo largo de 5500 kilómetros de recorrido donde participaron tres autos con motores de 15 hp conducidos por el ingeniero Brown, el marqués D’Avaray y Jacques Repousseau. Los autos argentinos finalizaron entre los primeros, y sin puntos en contra, superando a marcas europeas y norteamericanas.
De regreso a la Argentina, los Anasagasti siguieron participando exitosamente en distintas competencias deportivas hasta 1920.
El final de los Anasagasti
Dos razones conspiraron contra la continuidad de la empresa. Por un lado, a partir de 1913, las dificultades financieras producidas por el retraso en los pagos de los compradores que optaron por el pago en cuotas. Por otro, el estallido de la Primera Guerra Mundial terminó con el envío de los insumos importados de Europa y reemplazarlos localmente fue imposible debido a la falta de materia prima.
La fábrica cerró sus puertas en 1915. Anasagasti tenía entonces solo 35 años. El personal, a modo de agradecimiento por el buen trato recibido, continuó trabajando sin cobrar salarios hasta 1916 cuando el ingeniero decidió finalmente liquidar la sociedad.
Si bien no hay datos precisos, se estima que fueron fabricadas alrededor de 50 unidades que dejaron testimonio del primer embrión de la industria automotriz argentina.
Los sobrevivientes
En septiembre de 1912, Anasagasti donó uno de sus vehículos a la Escuela Militar de Aviación de El Palomar, donde se desempeñaba como docente en forma honoraria.
El auto, que solo disponía de dos asientos y una pequeña caja de madera para cargas livianas, fue utilizado para servicio de pista, transporte de pilotos, auxilio en caso de accidentes y remolque de aviones. Su número de serie era el 109, es decir, el noveno auto construido en los talleres de la avenida Alvear.
Actualmente, el vehículo puede ser apreciado en perfecto estado de conservación y funcionamiento en el Museo Aeronáutico que la Fuerza Aérea posee en la Base Aérea de Morón.
El otro ejemplar que sobrevive pertenece al Club de Automóviles Clásicos de la República Argentina (CAC). Se trata, en realidad, de una unidad construida a partir de un chasis original que fue subastado en un remate del Banco Municipal en 1973. El chasis conservaba los elásticos originales, caja de velocidades, bocha del motor y la caja de dirección.
La pieza fue minuciosamente reconstruida y sobre ella se fueron incorporando algunos elementos originales como el motor Ballot, un radiador y un embrague, además de una palanca de cambios y faros de carburo.
Por último, se le incorporó una carrocería abierta, construida especialmente respetando la tecnología disponible a comienzos del siglo XX, y acorde con los patrones estilísticos de la época.
Más información sobre Anasagasti se puede encontrar en la edición nº1 de la revista digital Autohistoria.