En 1901 llegó a nuestro país un joven inmigrante italiano, Don Guillermo Peona. En Torino, la principal cuna automotriz de la península, se había graduado como Ingeniero Técnico, formación que le permitió tutearse con los grandes conocimientos automotrices de la época.
Una vez radicado en el país, su derrotero laboral en el ámbito del transporte terrestre fue inmediato. Ingresó al Ferrocarril Sud, donde al poco tiempo se enfrentó con el desafío de reparar una perforadora de rieles, la cual hasta ese momento se había negado a funcionar. Gracias al ingenio, inquietud y habilidad del joven Peona, la “satánica” perforadora finalmente funcionó.
Muy poco tiempo transcurrió para que la firma Burisky, poseedora de un taller naval y de fundición de bronces en la zona de Barracas, le ofreciera un cargo como socio industrial. Allí nació en el ingeniero Peona la idea creativa de construir la mecánica de un vehículo netamente utilitario, con un criterio popular, a fin de que el hombre de trabajo pudiese tener un auto para movilizarse ya sea en la ciudad o en el campo.
El Peona GP1
Don Guillermo concibió un motor 4 cilindros, de cuatro tiempos y 900 centímetros cúbicos, con árbol de levas a la cabeza. La lubricación era forzada por bomba de engranajes fundida en bronce. El encendido se hacía por medio de magneto, con distribuidor independiente. Las piezas principales, como el bloque, fueron fundidas y encamisadas.
La caja de cambios era de 3 marchas hacia delante y marcha atrás. Poseía engranajes inclinados, cuando la mayoría de los autos de esa época tenían engranajes rectos. Dos de estas marchas eran de fuerza, lo que le permitía alcanzar una velocidad máxima de 90 km por hora.
El auto contaba con dirección por medio de una caja multiplicadora a engranaje. Como era habitual en los vehículos de esos años, contaba con frenos solamente sobre las ruedas traseras.
El objetivo de Peona era fabricar el auto en serie para lo cual encaró, a partir del año 1914, el desarrollo de toda la matricería necesaria en función de esa finalidad.
Hacia 1926 el motor se encontraba montado sobre un chasis, el cual poseía suspensión delantera independiente por medio de tubos, semejantes a los del Citroën 2CV.
Se construyó una carrocería de dos plazas en aluminio cadmio (Durol), aleación de utilización muy frecuente en la aviación de ese entonces. La elección de este material contribuyó a alivianar el peso del vehículo y a eliminar los tratamientos anticorrosivos. Además, le confería una singular terminación superficial que no requería de pintura.
El habitáculo poseía un tablero donde se encontraba el velocímetro, la llave de contacto y un manómetro de presión de aceite.
Las butacas fueron revestidas en cuero, y la parte del piso se realizó en fundición de aluminio en tierra. Para las partes de madera se utilizó algarrobo.
La ilusión del auto popular parecía que se iba a hacer realidad, cuando una firma muy acaudalada ofreció sus capitales para construir el Peona GP1 en forma masiva.
Sin embargo, un problema personal, la muerte repentina de su hijo, derrumbó los sueños futuros del ingeniero Peona. Como consecuencia, el vehículo quedó arrumbado en un lugar bien protegido, pero olvidado para el mundo.
La resurrección del Peona
En 1946 el Peona fue trasladado a una quinta en la zona de Tristán Suárez. Allí sufrió la rotura de un pistón, lo cual obligó a desarmar el motor. Este inconveniente mecánico, sumado a problemas de salud de Don Guillermo Peona, derivó en que el auto quedara abandonado a la intemperie durante treinta y seis años.
Parecía que el auto desaparecería por completo, cuando el 28 de octubre de 1982, el Dr. Alberto Baglieto, vinculado al prototipo desde su infancia, pudo retirar lo que quedaba de él y emprender su restauración.
Las ruedas de aluminio estaban enterradas en un pozo, mientras que las piezas de su motor yacían en latas y cajones dispersos en un pequeño galpón. Afortunadamente, casi toda la matricería original de madera se encontraba en buen estado.
Con la ayuda del mecánico Eduardo Hernández y Héctor Doval, el Peona GP1 pudo ser completamente recuperado luego de una paciente y titánica tarea que demandó más de siete años.
En la actualidad, el auto participa en destinas muestras de automóviles clásicos. En 2013 fue elegido auto insignia de Expo Auto Argentino.
Agradecemos a Hugo Semperena, director de la revista Ruedas Clásicas, quien nos facilitó la información para realizar este informe.