En el verano de 2011 intenté hacer una visita al Museo del Automóvil «Manuel Iglesias» en Campana. Digo intenté, porque en esa bochornosa tarde de un domingo de enero el museo estaba cerrado.
Ante mi consulta, dos amables cuidadores me indicaron que durante el verano el museo abría los días de semana y por la tarde. Quedará para otra oportunidad, me dije.
De a pie y cansado, no me quedaban muchas alternativas en la ciudad cuna del primer automóvil argentino más que dar un paseo por la costa del Paraná. Poco antes de llegar a la costanera me topé con el Museo Ferroviario. Me ilusioné. Por lo menos, podré ver trenes viejos. Pero no era mí día. Tampoco estaba abierto. Para no frustrarme, no quise preguntar cuándo abría.
Seguí camino bordeando el río, me alejé un tanto de la zona más urbanizada, y ahí lo ví. Un Renault 12 blanco. Por sus paragolpes con punteras, calculo que de mediados de los 80 más o menos. Estaba abandonado junto a un par de oxidados silos de la Arenera Campana. El “auto de mi país” había perdido sus cuatro ruedas, parabrisas, luneta y la mayoría de sus ventanillas. Del interior, aun conservaba estoicamente la butaca del conductor, el panel de instrumentos y ¡hasta el volante!
La placa patente posterior lucía intacta. Tal vez no llevara tantos años de abandono.
Tomamos unas instantáneas y seguimos viaje.