Los autos transmiten emociones que no pasan desapercibidas para quienes hayan desarrollado alguna sensibilidad especial para percibirlas.
Durante su reciente viaje de vacaciones, nuestro y amigo y lector, Fernando Palermo, recogió una imagen conmovedora. La escena estaba montada en un descampado sobre la Ruta 3, a pocos metros de la rotonda de ingreso a la ciudad de Azul, en la provincia de Buenos Aires.
Allí, Mechita, un chasis Mercedes-Benz 170 con carrocería rural de tres puertas, resistía el paso del tiempo abrazada al tronco de un árbol. Es difícil determinar cuánto tiempo llevaba ahí la vieja rural Mercedes, ni tampoco cuándo comenzó a crecer el árbol. Lo curioso es que lo hizo exactamente entre el paragolpes y el radiador. Y mientras Mechita lo abraza con ternura, él la protege con su copa.
El histórico modelo de la noble estrella estaba entero. Su carrocería completa, pero oxidada, con la mayor parte de sus vidrios enteros y los faros delanteros con sus cristales intactos y las ópticas con reluciente cromado que pretende ignorar al paso del tiempo. Las cuatro cubiertas aun estaban en su lugar y un portaequipajes que ocupaba todo el largo del techo atestiguaba su foja de servicio como utilitario o vehículo recreativo familiar.
Oxidada, pero parcialmente legible, la placa patente alfanumérica aun se luce en su lugar original.
Celoso contemplaba la escena un sedán de los 30 (no pudimos identificarlo), semi-oculto detrás de la casilla del sereno.
Mechita y el arbolito, un romance del campo argentino.
Hermosa foto, al igual que al texto.
Muchas gracias Adolfo.
Saludos cordiales