Por Nico Nikola
Conducir un clásico convierte a un día cualquiera en uno muy especial. Parece un poco infantil, patológico e impráctico, aunque indescriptiblemente delicioso. Hace tiempo leí una editorial de Motor Clásico donde daba consejos de cuidado y mantenimiento de autos de época y luego de repasar un decálogo poco detallado y nada revelador, el décimo lugar rezaba una frase que nunca olvidaré: condúzcalo una vez por semana a su oficina.
Saldré unos minutos antes, con esto me aseguraré algo menos de tránsito y salir con “la fresca” que preserve la vida abordo y mitigue sufrimientos en la máquina. Un par de bombazos y arranca, lo dejo unos minutos hasta que levanta temperatura, abro el ventilete y compruebo que la calefacción este cerrada. Intento inútilmente, no mucho, de sintonizar la radio, AM, original, he olvidado de subir la antena, no importa, será una excusa para escuchar el valvuleo del bialbero y luego el ronquido tan característico y latoso que ahora invade al habitáculo. Con mucho cuidado y algo de oído “engancho” la marcha atrás; lo saco del garaje intentado recordar que no tengo sensores de estacionamiento y que, además, los espejos son casi una pieza decorativa. Llego a la primera esquina y al alcanzar al lomo de burro lo paso con cuidado, hago doble embrague y el acoplamiento es perfecto, acelero suave y lo dejo que entre en régimen. ¡Vamos muy bien! Acelero un poco, paso con cuidado el paso a nivel y luego tengo una pequeña curva y contra curva antes de subir a la autopista. Freno y dejo pasar una SW4 haciendo uso del “punta taco”, en mi caso acariciando el acelerador con al filo de la suela del lado derecho mientras peino el freno con el centro izquierdo ayudado por el grip del náutico. Subo a la autopista, me tiento con buscar el carril izquierdo, sé que puedo crucerear al límite de la máxima permitida mientras doble los cuidados en cuando a la distancia de frenado. Tengo la VTV al día y confío en el conjunto. Va bien, derecho, anoche calibré los neumáticos y apenas una suave vibración acaricia mis dedos poco después de pasar los 100 km/h, luego cesa y el andar se vuelve armónico. El RPM acusa unas 4500 vueltas, miro varias veces al indicador de temperatura y el reloj adicional de presión de aceite, toda esta orden. Me animo y hago un “slalom” esquivando a otros autos hasta encontrar la salida, acaricio el freno y me doy cuenta que entre un poco pasado sin embargo confío y dejo pasar el tren trasero, las cubiertas chillan sobre el pavimento y un contra volante pone todo en su lugar. Siento un poco de vergüenza al sentirme observado por un grupo de personas apiñadas en la parada del 57. Atravieso algunas calles y lamento que el recorrido haya llegado a su fin. Lo meto de culata y mientras camino a la zona de ingreso me doy vuelta varias veces para observarlo, su belleza y personalidad se destacan aún más al lado de la HRV y el, más enorme que nunca, Mondeo de mi vecino de cochera. Los cuatro faros cuadrados coronados por marcos y parrilla cromada, sus tasas y molduras en su lugar en contraste con el extraordinario lila Fiat me atrapan y no me dejan avanzar, ¡como si no lo conociera! A través de su magnífica área vidriada se puede observar la pana roja de los asientos, me detengo unos segundos y vuelvo sobre mis pasos. A tiempo reacciono antes de chocar con el blindex a la vez logro sortear a la recepcionista que no resiste hacer algún comentario, será la primera de muchos. Sin duda será un gran día, especial, me siento imbatible, seguro, único y por supuesto muy afortunado.
Es tiempo de encarar el regreso y caigo en la cuenta de lo rápido que ha pasado el día, mi corazón se acelera, introduzco la llave, acaricio el volante y me demoro unos segundos antes de dar arranque, lo observo a él, vinilos, la símil madera de la plancha y esos aros cromados que rodean los relojes principales, que más, este regreso no será una mera transportación, un interludio entre dos rutinas. ¡En absoluto!, él, yo y un viaje que vuelve mágicamente a tener un sentido. No dejes de hacerlo, como una terapia, como una recompensa y un legado, como derecho que nunca deberás dejar de ejercer, nos lo hemos ganado.
Te leí, también, en Autoblog. CC sabé de esto?, ja,ja,ja.
Shhhhh! No digas nada…
Ok, ja,ja.
¡Cuánta nostalgia! Cómo me gustaría tener uno igual a este, como el que tuvo mi viejo y fue el primer auto que manejé «legalmente»; con el registro en el bolsillo. Lila con pana roja y con acople directo del ventilador, antes del electro, modelo 73.
Pocos tiempo después de separarnos lo ví estacionado por Belgrano, con su patente negra, impecable y aún luciendo la calco de la Facultad de Agronomía. Después nunca más.
El registro dice que nunca fue reempadronado, ya no quedan esperanzas de encontrarlo.
Pero uno igual sería una manera de disfrutar su recuerdo. ¡Cómo me gustaría!
Igual que en la nota, darme el gusto de disfrutarlo de vez en cuando.
Nada más.
Hola Pedro, muchas gracias por compartir tu experiencia.
Todos los que tuvimos la enorme fortuna de tener o manejar un clásico nos sentimos plenamente identificados con el relato de Nico Nikola.
Un cordial saludo