A mediados de los años 60, el mercado nacional de los autos grandes y de lujo estaba restringido a las versiones más equipadas del Falcon, Chevrolet 400, Valiant y al Rambler Ambassador, el alta gama de Industrias Kaiser Argentina (IKA).
Junto a las ornamentaciones cromadas, las tazas simil rayos, las butacas individuales, los vidrios tonalizados y algún otro detalle menor, un rango distintivo de los autos de lujo de la época era el techo vinílico, un aditamento que recreaba a las capotas de antaño.
Hacia 1966, solo dos modelos de producción nacional ofrecían de serie esta terminación: el Falcon Futura y el Valiant IV en sus versiones GT y Coronado.
El Ambassador 990 Rambler, por entonces el auto más caro y sofisticado de la industria argentina, no disponía de esta alternativa ni siquiera como opcional, privando a sus exigentes usuarios de este detalle aristocrático.
Pero aquello que la industria terminal no proveía, podía ser compensado con una amplia oferta de accesorios que autopartistas y talleres independientes ofrecían para personalizar al auto. Desde fundas para asientos, consolas centrales y asientos rebatibles hasta el mencionado techo vinílico.
Este adminiculo no solo aportaba el toque de status deseado sino que también resultaba funcional, ya que disponía de una espuma de goma que aislaba los rayos solares y hacía más soportable el habitáculo frente a las inclemencias del calor.
Quienes, a fines de 1966, querían dotar al Ambassador con este toque de distinción debían oblar alrededor de $15.000, una cifra poco dolorosa si consideramos el millón y medio de pesos que debieron dejar antes en la agencia IKA para retirarlo.
Cabe destacar que existieron algunos famosos ejemplares de este producto de calidad de IKA personalizados con techo vinílico. Los cuatro presidenciales, que prestaron servicio entre 1968 y mediados de los años 80, y el Ambassador de Sandro, que el Gitano atesoraba en la cochera de su residencia de Banfield.
Foto apertura: revista Cuatrorutas nº5 (noviembre-diciembre 1966)