Aunque no me considero un dibujante, al menos no lo soy de tiempo completo y profesionalmente hablando, siempre me gustó dibujar. Más precisamente, siempre me gustó dibujar autos. Lo hice desde muy chico y lo hago esporádicamente en la actualidad, tanto por placer como para ilustrar la nota principal de cada edición de la revista Autohistoria.
Recuerdo que al comienzo le pedía a mi mamá que los dibujara y yo me limitaba a darles color con la acotada paleta cromática que por entonces ofrecía la cajita Sylvapen de seis fibras o de doce, en el mejor de los casos. La misma técnica aplicaba para colorear las fotos de los autos, camiones y colectivos publicadas en los diarios, por entonces en empastado blanco y negro. Mi papá leía La Nación y la inmensidad de sus páginas me resultaba imposible de manipular, pero con paciencia las acomodaba en el borde de la mesa y en más de una oportunidad recortaba las fotos con la tijerita para estar más cómodo.
En algún momento, entre el jardín y segundo grado de la primaria, me largué a dibujar. Autos, claro, como ya dije. Por esas cosas de la enseñanza, las maestras de antes (y creo que las de ahora también) nos estimulaban a dibujar, tanto después de algún dictado como entre las tablas del dos o del tres. Poco importaba la consigna, yo me las ingeniaba para meter de “prepo” algún cuatro ruedas.
Pero en septiembre de 1974, el lanzamiento del Taunus impactaba de lleno en la rutina artística del alumno de 2º E de la Escuela nº1 Domingo Faustino Sarmiento de San Martín. De inmediato, las páginas de mis cuadernos Rivadavia fueron invadidas por la inconfundible trompa del “chico” de Ford. Los faros rectangulares, los vidrios acentuadamente curvos y las luces de giro ámbar y envolventes me resultaban una sofisticación de otro mundo. No soy objetivo para calificar su diseño, soy feliz poseedor de un GT 1976 y eso me deja fuera de concurso.
Milagrosamente, conservo de esa tierna época tres hojas prolijamente separadas del cuaderno, donde no solo aparece el Taunus, sino también un poderoso Chevron y hasta un colorido 164 (actual 304) que unía, y sigue uniendo, Liniers con San Isidro. El 1114 lucía orgulloso la buena estrella y agitaba al viento el estandarte del tricolor de Villa Maipú.
En el día del dibujante argentino, vayan estos dibujos de la niñez.
Gustavo Feder, editor de Autohistoria