Juguemos en el bosque

En el verano de 2017 vacacioné, una vez más, en Mar del Plata. Suele ocurrir que durante la estadía toque algún día ventoso, nublado o lluvioso que amerite una salida no playera. No recuerdo cuál de estas situaciones se había presentado en esa temporada, cuando decidí hacer una visita al Bosque Peralta Ramos.

Por Gustavo Feder, editor de Autohistoria

Ubicado en la zona sur de la ciudad, cerca del faro y de Punta Mogotes, el Bosque Peralta Ramos es una reserva forestal semi-urbanizada de 450 hectáreas. Su entorno natural nos invita a disfrutar del redentor aroma de los eucaliptos y de largas caminatas por sus calles de tierra, al mismo tiempo que oímos crepitar la hojarasca, con permiso del “Flaco” Spinetta.

Era la primera vez que visitaba el bosque, y eso que voy a “La Feliz” desde mis tiernos siete años. Mientras caminaba a la expectativa de algún encuentro cercano con lechuzas, picaflores, liebres o comadrejas, me topé con lo inesperado: una mini “Chacarita”.

Agrupados en escasos 100 metros, tres exponentes de la industria nacional de los 70 y un vecino brasileño de los 90 languidecían en el yuyal. Los estados de abandono variaban sensiblemente según el caso.

Lo más conmovedor resultó una Rural Dodge 1500. Casi camuflada debajo de unas ramas, presentaba un deterioro avanzado. Aun conservaba sus vidrios (con excepción del parabrisas), ópticas traseras y el portón posterior, una de las piezas más codiciadas por los restauradores del modelo. La vegetación había invadido su habitáculo hasta integrar al producto de Chrysler con el ecosistema del bosque.

Juguemos en el bosque
La vegetación invade el habitáculo del Dodge 1500 Rural. Parte del bosque.

A pocos metros, y metido en un terreno, yacía un Peugeot 504 de fines de los 70 o comienzos de los 80. Me arriesgo a declarar que, por sus apoyacabezas, llantas y luneta térmica, se trataba de un SES. Presentaba un estado similar al de su vecina. Sobrevivían la mayoría de los vidrios y las butacas delanteras.

Más digna era la situación de un GMC Chevette, tirado a un costado de la calle. Primo hermano de nuestro Opel K180, lo conocimos con la apertura importadora de los 90, a partir de un particular acuerdo entre GM de Brasil y Renault de Argentina, las únicas marcas que por entonces no contaban con filiales en ambos lados de la frontera. El chivito no evidenciaba signos de maltrato en su carrocería. Conservaba en muy buen estado todos sus paneles y la superficie vidriada. Inclusive, lucían inconmovibles los paragolpes, baguetas y hasta las ópticas delanteras.

Juguemos en el bosque
El Chevette se conservaba con mucha entereza. A pocos metros, lo acompañaba la F-100.

Escasos pasos separaban al GMC de una Ford F-100. Su carrocería combinaba cabina de “punta de diamante” con caja del modelo 74. Salvo algunas picaduras puntuales, el aspecto no era dramático. Si no fuera por sus neumáticos completamente desinflados, me atrevería a decir que aun estaba en condiciones de marcha. De todo lo visto en el bosque, sin dudas era lo más enterito.

Tomé las fotos de rigor y seguí camino hacia la desolada feria artesanal mientras “Cosas rústicas” de Color Humano invadía mi memoria auditiva.

Juguemos en el bosque
El dolor de ya no ser. Tristeza del 504.

 

Juguemos en el bosque
Enterita la F-100.

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